Ahora, en la oscuridad, con el recuerdo de su cuerpo pegado al mío, lo único que tenía que hacer era pronunciar su nombre y él aparecería bajo el edredón;
moverme un centímetro, y tocaría un hombro, una rodilla;
susurrar su nombre una y otra vez hasta estar segura de que él también susurraba el mío, nuestras voces entrelazadas en la oscuridad, como las de los amantes de un cuento antiguo que jugaban a cortejarse con un solo cuerpo.
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