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sábado, 29 de octubre de 2011

Instante 32



Cómo deseaba que las miradas que cruzábamos me infundieran el valor suficiente para aventurarme a deslizar un dedo por sus labios, detenerlo sobre el inferior y luego comenzar a besarle introduciendo la lengua muy despacio en su boca.
Y tocarle la suya, aquella víbora húmeda, inquieta y fiera capaz de sentir cosas tan retorcidas y mordaces..
Y sentirle estremecerse, como mercurio y lava hirviendo bajo tierra, agitando aquellos pensamientos antipáticos que siempre se le ocurrían dentro de esa caldera llamada Leiva. Quería meterme en su boca, poder absorber su veneno cuando me mordiera, dejar que mi lengua domesticara la suya, que se convirtiera en fuego desatado y, en nuestra lucha a muerte, dejar que su lengua buscara la mía una vez provocada su ira.

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